Friday, April 10, 2020

ABRAZA TU HISTORIA

A ti que lees estas líneas, (creyente o no creyente) te invito a hacer un pequeño ejercicio de desprendimiento de cualquier tipo de prejuicio que puedas llevar sobre tus hombros.

Si has llegado hasta esta entrada es porque alguien que te aprecia te ha recomendado que eches un vistazo. Lo demás no importa. 

Hoy te digo: es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, aunque algunos se empeñen en decirnos lo contrario. Hoy quiero hablar de dos de esas cosas: el sufrimiento y el amor.

El sufrimiento nos une a todos los que compartimos la condición humana, o incluso animal... o incluso de ser vivo. Uno de los signos más claros de que seguimos vivos es que sufrimos. 

No hay ser humano sobre la Tierra que cuando se levanta por la mañana no querría cambiar aunque fuese sólo un pequeño ápice de su vida (aunque sea sólo un 0´000000000001%).

Sí, el inconformismo del ser humano -fruto de su raciciocino- le hace querer superarse continuamente, pero a veces resulta muy sencillo hacer de la frustración algo cotidiano; cuando -en última instancia- todos esperamos lo mismo de la vida: ser felices.

El problema está cuando la historia no responde a nuestros desesos de ninguna manera. ¿Dónde está el fallo?, ¿hasta qué punto es ético invitar a la gente a luchar por sus sueños?, ¿acaso conocemos todos los sueños?, ¿o es que todos los sueños son lícitos? Hitler también quería hacer realidad sus sueños, pero es que los sueños de unos, son las pesadillas de otros. ¿Es posible tener un sueño común?   

Desde mi pobreza (empática e intelectual) sólo se me ocurre una solución a este problema: establecer una jerarquía de las cosas reales (a nuestro alcance) por las que realmente merece la pena luchar, queriendo descubrir con honestidad hacia nosotros mismos (a ver si aprendemos a respetarnos un poco) la naturaleza de las mismas. 

Por ejemplo, si decido poner los cimientos de mi vida en tener un cuerpo 10, voy a disfrutar a corto o medio plazo de los resultados de mi esfuerzo, pero no tendré una garantía real de que la enfermedad, un accidente desafortunado o -por supuesto- el paso del tiempo me permitirán seguir siendo feliz con mi limitado objetivo.

Incluso si pensamos en cuestiones más "nobles", nos puede ocurrir algo parecido: si mi vida está depositida en el amor y cuidado que recibo  y doy a personas concretas, en el momento en que estas dejen de vivir, ¿habrá acabado también el curso de mi vida?

Hay muchas cosas que nos pueden dar máyor o menos felicidad, pero si olvidamos sus limitaciones y su utilidad concreta, el fracaso está garantizado.

Sin embargo, hay otro camino (y ahora me dirijo directamente al lector): conoce y ama tu historia, con tus virtudes y debilidades. Intenta amar a tu prógimo y te podrás amar de verdad (y viceversa). Repito: ama esa historia con la que te despiertas cada mañana. Esa historia que sólo tú conoces bien y que nadie puede sufrir como tú. Esa historia es la que te salvará.

En esa historia es donde Cristo se quiere encontrar contigo HOY, para que seas feliz de verdad.

Es un camino exclusivo que ha preparado para tí. Es una melodía con tonos altos y bajos, pero tan única como tú. Es una historia de amor  que te invita a descubrir la mayor historia de amor creada: una historia de injusticias, de incomprensión, de entrega sin medidas y de redención. Una historia escrita en madera con sangre. Una historia más que visible en los que más sufren. Una historia, muy antigua y muy nueva. Una historia aún por descubrir. ¡Abrázala!

Quiero compartir con vostros un par de pensamientos más.

Hace unos años, me encontré un libro cuyo título me llamó la atención: "Si supieras cuánto te amo llorarías de alegría". El que conoce la sensación de derramar lágrimas de felicidad sabe muy bien cuál es el mesaje que quería lanzar ese autor.

Según tengo entendido, el ser humano tiene distintos tipos de lágrimas (de distinta composición y origen): las de darte un golpe físico, las del sufrimiento emocional, las de cortar la cebolla o las de la alegría. Sabemos que cuanto mayor es el sufrimiento que precede a una alegría más grande es ésta.

Me gustaría dejar aquí una canción de la Hermana Glenda que puede conmover a cualquier que haya experimentado "la noche oscura del alma" (como la llamaba San Juan de la Cruz). ¡Qué distinta sería nuestra vida si de verdad nos creyéramos que Dios existe!, ¡y cuánto más si descubriésemos cuánto nos ama!


Desde mi experiencia personal, que es lo único que de verdad puedo aportar pues no soy ningún docto, puedo decir que he pensado mucho tiempo que Dios -por medio de la Iglesia- venía a quitarme la libertad, la voluntad, a minarme la conciencia. ¡Nada más lejos de la realidad!

Cristo me enseña HOY a quereme como nunca me he querido, sin ningún tipo de complemento (como sí exige nuestra sociedad). Siempre le exigimos mucho a los otros, porque nos exigimos mucho a nosotros mismos. Decimos que somos libres y que amamos la libertad, pero no hacemos otra cosa que oprimir, juzgando nuestra propia historia y -ya que estamos- la de los demás.

Cristo me enseña a amar a los otros. A mi: interesado, egocéntrico, ensimismado, comodón... y tiene trabajo para rato, pero veo los brotes con mis propios ojos: no me lo han contado. Brotes de algo que no se puede deber solo al trabajo de mis manos o a un barro que yo no he creado.   

Cristo me enseña a descansar: y a confiar en Él mis proyectos. También a darle a cada cosa su justa importancia.

Cristo, me enseña muchas cosas más y -cuando de verdad le quiero escuchar- todo es nuevo. En definitiva, Cristo me está enseñando a ser feliz de verdad (más allá de los límites mediocres que yo me trazo) y a elevar a su máximo exponente (hablando en términos matemáticos) la mejor versión de mi mismo. ¿Quién no quiere esto?




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